.Es el primer artículo que comparto con vosotros y quiero hablaros de una variable que me ha condicionado prácticamente desde que nací. La causa saharaui es una triste historia que, gracias al silencio de muchos, está condenando a miles de personas al olvido. Llevamos 40 años esperando la vuelta a nuestros hogares. 23 años con las esperanzas puestas en la legalidad internacional. Pero con el paso de las horas, el paso de los días, los meses, los años, las décadas…. descubrimos que todo era una maniobra para mantenernos alejados de los nuestros. El paso del tiempo nos ha dado una valiosa lección: nadie vendrá a resolvernos nuestro problema.
Tindouf está al suroeste de Argelia. En esta región las estrellas parecen estar al alcance de cualquiera. La Luna es el único faro que ilumina las noches. Allí la gente se rige por otros valores. La pobreza ha engrandecido a este pueblo que vive gracias a las ayudas humanitarias del exterior. Tindouf se encuentra en la Hamada, zona árida (en el desierto del Sahara) conocida como el desierto del desierto. No es casualidad este nombre: allí las temperaturas en verano superan con creces los 50ºC. Las noches de invierno son heladas. Tindouf es una región caprichosa que va directamente de un extremo a otro y pocas veces conoce la moderación.
Hace 39 años una gran masa de saharauis se ha instalado en esta región huyendo de las asesinas intrusiones marroquíes y dejando atrás a padres, madres o hermanos que nunca consiguieron salir de los Territorios Ocupados del Sahara Occidental. Morir o malvivir. Estas son las únicas opciones que ha tenido este pueblo. Ellos decidieron empezar la vida desde 0, sin olvidar lo que había antes. Uno de los mayores campamentos del mundo empezó a construirse con jaimas, con piedras y con valores. Fueron precisamente los valores los que empujaron a muchos hacia una guerra (entre el Frente Polisario y Marruecos) que duró de 16 años. Esta guerra sigue teniendo secuelas en la sociedad saharaui hasta hoy. De ella han quedado huérfanos, viudas y mutilados.
En 1991, con el cese de las armas, comenzó una época de esperanza para los saharauis. Nos prometieron que seríamos los únicos encargados de decidir nuestro futuro. Fue el fin de la guerra y parecía el fin del sufrimiento. Ya algunos comenzaron con la construcción de baúles para guardar los artilugios y volver por fin a casa.Pero 23 años después el referéndum no se ha llevado a cabo y los baúles del retorno han desaparecido. Terminó el conflicto armado y comenzó la batalla contra el paso del tiempo, contra el desgaste. Todo este tiempo hemos vivido a base de promesas que nunca se cumplen. Las promesas se fueron transformando en mentiras y las mentiras cedieron el testigo a la desilusión. Es posible que algún día la desilusión nos lleve a la desobediencia. Esta situación sería preocupante.
Hoy nuestra realidad es la de una sociedad que vive separada. Puede que no lo sepan, pero hay un muro de 2700 km que cruza el Sahara Occidental dividiéndola en dos partes. El muro está rodeado de 7 millones de minas que cada año dejan daños irreparables. Nos queda la espina de que muchos familiares ya no podrán reencontrarse; el tiempo no perdona. Muchos jóvenes prefieren volver a la guerra antes que vivir en la desesperación. Algunos sentimos impotencia y frustración. Otros prefieren mirar hacia otro lado, justificando su pasotismo en una legalidad manejable y manipulable de acuerdo con sus intereses.
Pero también nos quedan historias de superación que han protagonizado nuestros antepasados. Tenemos la necesidad de reencontrarnos con quienes quedaron atrapados tras el muro y que hoy sufren todo tipo de violaciones. En nosotros está la voluntad de volver a nuestro Sahara Occidental, y libres. Somos un pueblo nómada, que ha vivido en la nada para hacer de todo.
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