He empezado a preparar la mochila y recordaba como si fuese ayer el día que regresaba de los campamentos en el viaje anterior. Cuando hay una despedida que se marca en un futuro incierto y la distancia es el mayor obstáculo, sientes cómo se desgarra el alma.
La impotencia de no poder protegerles ciega en la mayor de las ocasiones los ojos del alma y te prometes en el mismo instante que levantas el brazo para decir adios, que pondrás toda la fuerza, palabra y espíritu para arremeter contra las circunstancias tristes que hoy tratan de doblegar su existencia, para defenderles de la amargura que la vida hoy les atenaza y tratar de alimentar la esperanza de que pronto verán crecer las rosas en los jardines del Aium.
De igual forma en ese mismo instante te prometes que no volverás, que el sufrimiento de ese momento no merece la pena y mira por donde, en el tiempo que transcurre en recorrer los cincuenta quilómetros escasos que te separan del aeropuerto, ya tienes planes para el próximo viaje. Solo en unos minutos, sin haber salido de la Hamada y ya piensas cuándo llegará el día que tomarás de nuevo la vieja carretera dirección a Rabuni. Sin buscarle explicación es lo más maravilloso que me puede pasar
Han pasado cuatro meses y afortunadamente vuelvo en unos días. De nuevo la misma ilusión, nuevos proyectos, las mismas mariposas en el estómago y el mismo miedo a volar. Todo sea por un nuevo reencuentro, por mis familias, porque mis hijos desperdigados por el desierto ya tienen preparada la frenna para el primer te. Y porque mis venerables amigos, seguro, me están esperando.
La impotencia de no poder protegerles ciega en la mayor de las ocasiones los ojos del alma y te prometes en el mismo instante que levantas el brazo para decir adios, que pondrás toda la fuerza, palabra y espíritu para arremeter contra las circunstancias tristes que hoy tratan de doblegar su existencia, para defenderles de la amargura que la vida hoy les atenaza y tratar de alimentar la esperanza de que pronto verán crecer las rosas en los jardines del Aium.
De igual forma en ese mismo instante te prometes que no volverás, que el sufrimiento de ese momento no merece la pena y mira por donde, en el tiempo que transcurre en recorrer los cincuenta quilómetros escasos que te separan del aeropuerto, ya tienes planes para el próximo viaje. Solo en unos minutos, sin haber salido de la Hamada y ya piensas cuándo llegará el día que tomarás de nuevo la vieja carretera dirección a Rabuni. Sin buscarle explicación es lo más maravilloso que me puede pasar
Han pasado cuatro meses y afortunadamente vuelvo en unos días. De nuevo la misma ilusión, nuevos proyectos, las mismas mariposas en el estómago y el mismo miedo a volar. Todo sea por un nuevo reencuentro, por mis familias, porque mis hijos desperdigados por el desierto ya tienen preparada la frenna para el primer te. Y porque mis venerables amigos, seguro, me están esperando.