Puede que fuera martes, o viernes. Da igual para los humillados no hay día ni hora. Da igual que sea a los artesanos en Dalha que a los manifestantes de El Aium, al amanecer o al anochecer. Cuando el dictador manda cargar contra quien pacíficamente pide su tierra, se carga y punto. No hay leyes para el saharaui. No hay miramiento, ancianos, mujeres, jóvenes o niños todos son sospechosos y sin juzgar, culpables. Pero sospechosos de qué y cuál es su culpabilidad si solo piden una tierra que les fue arrebatada con fuego y balas. Sin pecado tienen la penitencia. Apaleados, violados, encarcelados y vejados hasta ser anulados como seres humanos.
El terror se hace patente casi a diario en los territorios ocupados. No hay día sin sangre ni sangre sin llanto.
Ella está allí a su lado, al lado del hijo que sangra por los cuatro costados y mientras limpia las heridas de la carne de sus carnes, se le remueve por dentro todo su ser y el cuerpo le arde de locura. La congoja se le anuda a la garganta mientras mimosamente lava las heridas del hijo que probablemente mañana vuelva a salir a la calle a reivindicar lo que por derecho les pertenece. Pero lo que se le anuda a la garganta hasta dejarla sin aire es un nudo de palabras viejas, de promesas rotas, de desamparo, de soledad.
Ella siempre estará ahí como madre, seguirá limpiando hasta que las heridas cicatricen y al mismo tiempo que enjuga sus lágrimas, aprovecha para limpiar el horizonte, la lluvia y el aire, para denunciar las bocas sucias de los que no cumplen, las palabras de aliento que no llevan esperanza, y muros, los muros del cualquier mapa.
Ondeando orgullosa su bandera a sabiendas del alto precio que tiene que pagar, tiende sus brazos al mundo y pone la espalda a su verdugo.
Ellas son así. El centro del universo en un desierto al que le ponen puertas. Las mujeres saharauis no dejaran de luchar a pesar de las constantes violaciones a sus derechos y libertades fundamentales.
El terror se hace patente casi a diario en los territorios ocupados. No hay día sin sangre ni sangre sin llanto.
Ella está allí a su lado, al lado del hijo que sangra por los cuatro costados y mientras limpia las heridas de la carne de sus carnes, se le remueve por dentro todo su ser y el cuerpo le arde de locura. La congoja se le anuda a la garganta mientras mimosamente lava las heridas del hijo que probablemente mañana vuelva a salir a la calle a reivindicar lo que por derecho les pertenece. Pero lo que se le anuda a la garganta hasta dejarla sin aire es un nudo de palabras viejas, de promesas rotas, de desamparo, de soledad.
Ella siempre estará ahí como madre, seguirá limpiando hasta que las heridas cicatricen y al mismo tiempo que enjuga sus lágrimas, aprovecha para limpiar el horizonte, la lluvia y el aire, para denunciar las bocas sucias de los que no cumplen, las palabras de aliento que no llevan esperanza, y muros, los muros del cualquier mapa.
Ondeando orgullosa su bandera a sabiendas del alto precio que tiene que pagar, tiende sus brazos al mundo y pone la espalda a su verdugo.
Ellas son así. El centro del universo en un desierto al que le ponen puertas. Las mujeres saharauis no dejaran de luchar a pesar de las constantes violaciones a sus derechos y libertades fundamentales.
1 comentario:
Hem vist tancats ,a la presó
homes plens de raó
No, jo dic no,
diguem no.
Nosaltres no som d'eixe món.
( Raimon- Diguem No)
Supongo que se entiende. Digamos no, yo digo no, nosotros no somos de este mundo.
Un abrazo
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