Desayunábamos cuando Homad dijo que saldríamos a dar un paseo por el campo .
Marchamos al mercado muy pronto y él sería el encargado de comprar lo necesario para la comida.
Me dejaron a la entrada del mercado “tu espera aquí que te entretienes mucho” y allí quede riendo con “bilbo pequeño”a la espera de que Homad, Naja y Salamo regresaran de hacer la compra.
Tardaron poco para lo parsimoniosos que son en estos menesteres “vamos, vamos bilbo que no podemos perder tiempo”. Es probable que haya sido una de las pocas, si no la única vez, que haya oído esa expresión. Nos apresuramos y en un momento estábamos en la casa.
Los muchachos salían y entraban de la jaima hasta que Homad tomando mi cámara de fotos me anunciaba que Naja y Salamo nos estaban esperando fuera.
Pregunté varias veces donde íbamos mientras caminábamos dirección norte. Pasamos junto al cementerio y me contaron anécdotas del lugar y me señalaban donde estaban enterrados los mártires. No querían descubrirme el secreto de nuestro viaje y solo me decían que iba a ver algo precioso. Andamos un buen rato y nos adentramos en una cuenca fluvial de varios kilómetros que en su día debió ser un gran río. Continuamos hasta que pude divisar una casita en le centro del cauce y me comentaron que había sido de pastores y que ahora servía para resguardarse cuando soplaba el viento. Nos sentamos en una duna y tomamos agua y galletas, contemplando la majestuosidad de la depresión que caprichosamente el agua había esculpido en la roca argelina.
Merecía la pena una caminata para poder disfrutar de esa maravilla, pero no, esa no era la sorpresa que me tenían destinada, “vamos bilbo”, andamos unos metros y en lo alto de la duna me señalaban hacia abajo por el lado opuesto, “mira, mira, no es precioso” traté de adivinar lo que querían mostrarme pero por mas que me esforzaba no encontraba nada digno de resaltar sino arena y piedras, piedras y arena. No, no veía nada porque no sabía qué tenía que buscar. Me cogieron de las manos y corrimos duna abajo . ¡¡Ves!! En ese momento vi lo que mis lazarillos querían mostrarme y a fuerza de ser sincero me emocionó la cara de alegría que cada uno de ellos dibujo, imagino que al ver la mía de sorpresa. Unas hierbecillas diminutas se extendían por la arena como dibujos en una alfombra gigante. Quedamos un buen rato contemplando el milagro del desierto y tras coger unas ramitas emprendimos el regreso, eso sí, más contentos que unas castañuelas. (Viaje marzo 2003)
Marchamos al mercado muy pronto y él sería el encargado de comprar lo necesario para la comida.
Me dejaron a la entrada del mercado “tu espera aquí que te entretienes mucho” y allí quede riendo con “bilbo pequeño”a la espera de que Homad, Naja y Salamo regresaran de hacer la compra.
Tardaron poco para lo parsimoniosos que son en estos menesteres “vamos, vamos bilbo que no podemos perder tiempo”. Es probable que haya sido una de las pocas, si no la única vez, que haya oído esa expresión. Nos apresuramos y en un momento estábamos en la casa.
Los muchachos salían y entraban de la jaima hasta que Homad tomando mi cámara de fotos me anunciaba que Naja y Salamo nos estaban esperando fuera.
Pregunté varias veces donde íbamos mientras caminábamos dirección norte. Pasamos junto al cementerio y me contaron anécdotas del lugar y me señalaban donde estaban enterrados los mártires. No querían descubrirme el secreto de nuestro viaje y solo me decían que iba a ver algo precioso. Andamos un buen rato y nos adentramos en una cuenca fluvial de varios kilómetros que en su día debió ser un gran río. Continuamos hasta que pude divisar una casita en le centro del cauce y me comentaron que había sido de pastores y que ahora servía para resguardarse cuando soplaba el viento. Nos sentamos en una duna y tomamos agua y galletas, contemplando la majestuosidad de la depresión que caprichosamente el agua había esculpido en la roca argelina.
Merecía la pena una caminata para poder disfrutar de esa maravilla, pero no, esa no era la sorpresa que me tenían destinada, “vamos bilbo”, andamos unos metros y en lo alto de la duna me señalaban hacia abajo por el lado opuesto, “mira, mira, no es precioso” traté de adivinar lo que querían mostrarme pero por mas que me esforzaba no encontraba nada digno de resaltar sino arena y piedras, piedras y arena. No, no veía nada porque no sabía qué tenía que buscar. Me cogieron de las manos y corrimos duna abajo . ¡¡Ves!! En ese momento vi lo que mis lazarillos querían mostrarme y a fuerza de ser sincero me emocionó la cara de alegría que cada uno de ellos dibujo, imagino que al ver la mía de sorpresa. Unas hierbecillas diminutas se extendían por la arena como dibujos en una alfombra gigante. Quedamos un buen rato contemplando el milagro del desierto y tras coger unas ramitas emprendimos el regreso, eso sí, más contentos que unas castañuelas. (Viaje marzo 2003)
2 comentarios:
Preciosa vivencia Bilbo.
Ya te echaba de menos.
Rex
Magnifica historia sin duda, bilbo...lo que puede llegar a suceder en aquel lugar.
Nos vemos.
Un saludo
marian
Publicar un comentario