lunes, 19 de mayo de 2008

TOMO LA PALABRA...


Quiero apropiarme una vez más la palabra para expresar el sentimiento que emerge sutil con los recuerdos de mi primer viaje a los campamentos. Un viaje que no me dejaría indiferente y que fue el viento fresco que avivó la llama de esta hoguera que llevo dentro y que me quema a cada movimiento.
Llegué como el que llega a la nada, sin planificación, sin familia, solo con el objetivo claro de ver una realidad que me había sido contada y que a fuerza de ser honrado no me creía en su totalidad.. Del aeropuerto de Tindouf nos trasladaron en viejos camiones con rótulos de empresas españolas hasta Rabuni y de aquí tras pasar la madrugada en grandes tiendas militares, con las primeras luces del alba al campamento de Smara en mi caso. Me adoptó una familia Sabuti y Lala, que ya os comente en uno de mis primeros tés. También conocí a Mohamed y Decala, una familia cercana y que a la postre sería mi familia pasados los años.
Quiero detenerme en la llegada al campamento. Nada mas poner los pies en el suelo no daba crédito a lo que veía. Una marabunta de niños nos rodeaban con los ojos vivarachos buscando entre los visitantes a sus familia, su familia española. Pocos eran los que ese día hicieron realidad el sueño de tener en su jaima a sus padres o hermanos españoles, pero todos te querían saludar, sentir el contacto físico del choque de manos. Preguntaban por sus familias españolas, “Jose de Valencia”, “Rocio de Sevilla” “Andoni de Bilbao”,”Paula de Madrid” “¿han venido?“ ¿Tú de donde?”. En ese momento no me hubiera importado hacer el camino de vuelta. En unos minutos llantos de mujeres que enfundadas en telas de vivos colores abrazaban a su familia y se cargaban con el equipaje “vamos, vamos”, me daba la impresión de que los visitantes en su totalidad les pertenecían desde ese preciso instante. Esa alegría chocaba con la desolación de la inmensa mayoría “mi familia vendrá en el mes dos o en el mes cuatro”

A pesar de ser diciembre el calor se dejaba notar. ¡Dios, que era aquello! Tiendas de lona, infinidad de tiendas y pequeñas habitaciones de adobe llenaban las retinas. Recuerdo que pase un buen rato contemplando lo que me rodeaba, arena y polvo, jaimas y niños. Justo al lado un edificio de una planta pintado de rojo y una vieja ambulancia en la puerta. A lo lejos montones de chatarra y alguna cabra merodeando alrededor. Un poco a la derecha las copas de unos pequeños árboles , una mujer golpeaba con el pie una bombona de gas camino de no se donde; al lado, en el interior de una jaima, un hombre vestido de azul y tocado con un turbante negro alzaba la mano en señal de saludo. Un vehículo blanco con el anagrama de NNUU levantó una polvareda impresionante….. ¿Pero cómo es posible?, todo lo que me contaban los pequeños embajadores saharauis lo tenía ante mí, Estaba contemplando una realidad que yo creía fantasía de niños. Unos minutos más tarde degustaba el primer té en casa de Salek Sabuti y después un vaso de agua….. tan caliente como el té. Y es que en ocasiones la realidad supera a la ficción.

En aquel momento no imaginaba que de todo aquello haría mi propia causa. Que a aquella gente les llamaría hermanos. Tampoco imaginaba que años mas tarde sería familia de acogida, que me dirían padre en una de aquellas jaimas, que comería pan hecho en la arena en pleno desierto; que iría viendo poco a poco el encanto que tiene su hospitalidad, y mucho menos que año tras año llevaría alegría a una familia que veo que envejece conmigo.

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